
Existen escritores para todos los gustos:
Conocemos los escritores enrevesados, que partiendo de una noticia sencilla son
capaces de lograr que cuando termine el artículo no recuerde el por qué de este
ni de donde partió. Los doctos, son otra clase a estudiar, no voy a dedicar a
ello más allá de estas palabras, ni pretendo,
porque estos son aquellos que cuanto más escriben menos se les entiende.
Los pesimistas aportan mucha alegría a la vida y a las letras, porque nunca, ni
adrede, consiguen eludir que un suceso dramático quede en eso solamente, no
pueden evitar, por mucho que lo intenten, que este se convierta en un
cataclismo de proporciones universales. ¡Son maravillosos! Lo realmente nefasto
de estos es que se creen incapaces de escribir relatos de ciencia ficción ¡Si
es lo suyo! ¡Todo en ellos es ficción!
Los sarcásticos tienen el futuro
asegurado, nunca les falta un personajillo que les brinde el jugo de donde
extraer la materia prima para crear su penúltimo coctel popular, siempre
bendecido por la mayoría silenciosa; jamás timados por los críticos ni la
criticas, que manosean el arte del jabón en este eslabón, al que se unen los indecisos
y los que no tienen opinión ni propia ni ajena, y que usan como salvavidas de
ese eterno barco naufrago que es su vida. Los dramáticos tienen otro sentir, son
aquellos que aunque la noticia sea se leve no pueden abstenerse de darle ese
tinte exagerado que deja vacio el contenido.
Son los risueños los que equilibran las
noticia, la quitan el amargor, la endulzan el pesimismo, la aliñan de sal fina
o gorda (según convenga), le añaden su perejil, su pizca de pimienta, su golpe
de vinagre, su bálsamo de aceite, lo justo, lo necesario para que se deslice
por allí donde ellos encaminan sus palabras. (Éstos suelen ser los que más
trabajan para los partidos políticos, lo usan todo, ese todo es bueno o malo
según convenga, y después de leer y releer, y escuchar (que no oír) todo ese
manojo de palabras, los sufridos papanatas llegan a la fatídica conclusión de
que no han entendido nada, que es lo mismo que se ha dicho).
Los humildes escriben poco y les leen
menos. Los fanáticos no escriben solo vociferan, lo penoso es que ha esos
gritos les acompaña una corte de extremistas. A éstos nunca les falta un grupo
de salvajes que intenten, mediante la amenaza física y verbal, que sus
peroratas lleguen allí donde no llega la razón.
Como se puede comprender tras estas líneas
los escritores sobreviven como la suerte, los hechos, el trabajo, la intuición
y el saber les concede los dones. Son todos ellos opinantes de variada índole,
sutiles, grandilocuentes, perezosos, atrevidos, son una multitud que habitualmente
deben de sentirse orgullosa de tener su referente en otro articulista, maestro
para sus intenciones y entendimiento, y guía en su presente.
Por si esa multitud que preveo no tarde
en llegar más que mi vida, me dispongo a cerrar estas líneas con el recelo de
que no sea esta noche. Es que esta noche… necesito dormir.
T.S.G. (Aes sin hache)
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