Para los que nos gusta el cine, para los que nos sentimos un poco hijos del séptimo arte por lo mamado en aquellas sesiones continuas de aplausos y lagrimas, de meriendas y “al rico bombón helado”, el cine actual nos aleja de sentimientos. La excepción rompe la regla en contadas ocasiones, cada vez más contadas. Existe más que un cambio generacional, de ese cine de grandes producciones con movimientos de miles de extras y grandiosos decorados, a este cine de ordenadores, donde la tecnología se antepone a todo, es extraño ver en una película que una pelea se desarrolle de forma convencional, los contendientes se suspenden en el aire desafiando la ley de la gravedad, los sucesos de siglos pasados son futuristas, y este futuro con que nos martillean no hay dios que lo entienda.
Prevalece la mediocridad por encima de todo; la violencia es gratuita, el sexo primordial, una película sin violencia ni sexo parece no tener razón de ser. Los muermos seudointelectuales se ven por los críticos cretinos alabados y ensalzados en tal magnitud que los pobres mortales, paganinis de taquilla, o presumimos de entender lo entendible, o nos ausentamos de las salas con una cara de muermo que asusta a los seres más sensibles.
Aún queda un pequeño reducto de películas para los nostálgicos, esas que se quedaron anticuadas (clásicos), y una docena de nueva creación al año.
En otro momento me referiré en profundidad a los críticos, a los nuevos guionistas, directores, actores, y al hecho de que el estado se avenga a subvencionar tanto mediocre; el productor que se tilde de tal, que arriesgue su patrimonio puesto que es su negocio (bien caro que es el cine), y seguramente no disfrutaríamos de tanta mediocridad.
Una queja más, ésta dirigida a las salas de exhibición. Al cine se va a disfrutar de un trabajo mejor o peor hecho, no a coger una pulmonía; no nos priven de la calefacción en invierno, ni pongan el aire acondicionado en verano como si estuviésemos anclados en ambos polos disfrutando de una agradable tormenta invernal.
En estos apartados hay para todos, para jóvenes y personas de la cuarta edad, incluso para los cinéfilos. Para esas personas que no respetan a sus semejantes, y se acogen al derecho, que no es tal, que por haber adquirido una entrada a precio de oro, y unas palomitas a precio de robo, pueden colocar sus zapatones en el cabecero o respaldo de la butaca que le precede, hablar por teléfono desde el móvil, sin el móvil, y marcarse un recital de ruidos.
T.S.G. (aes sin hache)
21.1.2012.