miércoles, 1 de junio de 2016

La pequeña historia de Hacienda y el amor.

La pequeña historia de Hacienda y el amor.
     Ya hace unos años que me “convencieron” entre unos, otros, y el estado, que lo mejor en esta vida es no vivir en soledad, y ante tal persistencia, y mostrándome el camino adecuado, me decidí por llevarlo a buen término. Será bueno hacer la declaración – me dije –.
     Una primavera ejercí de hombre de bien y me presenté con toda mi buena fe ante una sucursal del santuario crematístico. Me indicaron una mesa donde una joven y hermosa mujer me recibió con una sonrisa tentadora y no pudiendo resistirme a sus encantos me declaré.
     El flechazo fue instantáneo, al principio incluso me llegaban migajas por mi ardiente declaración, algún incentivo positivo llegaba a mí, y desarmado ante sus encantos y atrevimiento caí en sus redes; la unión se hizo realidad en un corto espacio de tiempo.
     Desde entonces acá, todos los años de esta relación me ha costado “una pasta gansa sus caprichos numéricos”. No había año que el saldo no resultara positivo… para ella se entiende. “¡Qué pringao de paganini!”
     El matrimonio con Hacienda – así se llamaba –, cada vez me causaba más disgustos y problemas, y me infligía un desgaste físico y síquico de mayor cuantía.
     A pesar de las vicisitudes he ido mal tirando uno tras otro, pero este año fue un desgarro de corazón… ¡¡¡ME HA PEDIDO, EXIGIDO MÁS BIEN, EL DIVORCIO!!! Un divorcio muy sui  generis, pues me amenaza con verme cada primavera.
     Todo el proceso resultó rápido y limpio, como una vendetta siciliana. Accedí entre alegre y temeroso, y no era para menos lo segundo pues me recaudo hasta lo primero; se quedó con la mitad y un poco más de un TODO, y eso que no tenemos vástagos.
     Maldigo el día en que me dejé llevar por sus encantos y la dije:
     .- ¿Es aquí donde tengo que hacer mi declaración.
     .- Así es...
      .- Pues... ¡Me pirro por tus huesitos...!


Tomás Serrano González.
1.6.2016.

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