La pequeña
historia de Hacienda y el amor.
Ya hace unos años que me “convencieron”
entre unos, otros, y el estado, que lo mejor en esta vida es no vivir en
soledad, y ante tal persistencia, y mostrándome el camino adecuado, me decidí
por llevarlo a buen término. Será bueno hacer la declaración – me dije –.
Una primavera ejercí de hombre de bien y
me presenté con toda mi buena fe ante una sucursal del santuario crematístico.
Me indicaron una mesa donde una joven y hermosa mujer me recibió con una
sonrisa tentadora y no pudiendo resistirme a sus encantos me declaré.
El flechazo fue instantáneo, al principio
incluso me llegaban migajas por mi ardiente declaración, algún incentivo
positivo llegaba a mí, y desarmado ante sus encantos y atrevimiento caí en sus
redes; la unión se hizo realidad en un corto espacio de tiempo.
Desde entonces acá, todos los años de esta
relación me ha costado “una pasta gansa sus caprichos numéricos”. No había año
que el saldo no resultara positivo… para ella se entiende. “¡Qué pringao de
paganini!”
El matrimonio con Hacienda – así se
llamaba –, cada vez me causaba más disgustos y problemas, y me infligía un
desgaste físico y síquico de mayor cuantía.
A pesar de las vicisitudes he ido mal
tirando uno tras otro, pero este año fue un desgarro de corazón… ¡¡¡ME HA
PEDIDO, EXIGIDO MÁS BIEN, EL DIVORCIO!!! Un divorcio muy sui generis, pues me amenaza con verme cada
primavera.
Todo el proceso resultó rápido y limpio,
como una vendetta siciliana. Accedí entre alegre y temeroso, y no era para
menos lo segundo pues me recaudo hasta lo primero; se quedó con la mitad y un
poco más de un TODO, y eso que no tenemos vástagos.
Maldigo el día en que me dejé llevar por
sus encantos y la dije:
.- ¿Es aquí donde tengo que hacer mi declaración.
.- Así es...
.- Pues... ¡Me
pirro por tus huesitos...!
.- ¿Es aquí donde tengo que hacer mi declaración.
.- Así es...
Tomás Serrano González.
1.6.2016.
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