Los clubes se quitan del medio de forma
vergonzosa siendo ellos mismos los que
con su apoyo, encubierto o no, los que generan los hinchas más radicales, dando
su beneplácito a los desmanes que provocan.
Los ultras, que son el cáncer, el azote
del deporte, no deberían de gozar de la más mínima condescendencia de la
sociedad deportiva que se vanagloria de representar; ni de las leyes, que en la
mayoría de los casos, aún siendo detenidos por la fuerzas públicas, son puestos
en libertad con cargos ridículos.
Los periodistas hacen patente su “plumilla
y objetivos de cámaras” porque en río revuelto se confunde la noticia que sirve
para llenar cientos de páginas, locuciones, reportajes, etc., que son
necesarias para paliar el tedio de una información que seriamente cubriría unos
minutos, y que en tertulias y zarandajas pueden dilatarse en el tiempo durante
días.
Todos dan el pésame a la familia por lo sucedido,
y un servidor, lamenta que se llegue a estos extremos de inconsciencia y
brutalidad, pero quién juega con fuego y presume de ello algún día es alcanzado
por la llama.
La pregunta de mi “ingenuidad”: ¿El
fallecido venía a Madrid a ver un partido de fútbol, o quizá al encuentro de una
reyerta concertada?
Si es a lo primero pena de fatalidad
salvaje que se llevó su vida; si es a lo segundo, que en mi entender es lo
acaecido, me remito a “quién siembra vientos recoge tempestades”, y amén.
Culpables
de tantos desmanes:
Los clubes, con sus máximos responsables a
la cabeza; los jugadores, que les vanaglorian en cientos de ocasiones por que
les animan (Bien podrían menospreciar esos ánimos que llegan de descerebrados y
juzgar con dureza a esa gentuza que ensucia una bandera, un escudo, una afición,
a la que con ciertos actos está denigrando); los periodistas, que si no les dan
pie (molestan), tampoco los denuncian, porque les sirve como carnaza para
ejercicio de una profesión que con su hacer
deshonra; las leyes que no se ejercen con la dureza precisa se convierten en el
hazmerreir de la gentuza. Mi beneplácito a las fuerzas de seguridad de estado
que con su entrega en ponerlos en
comisaría a cargo de la justicia cumple con su deber, y que en tantas ocasiones
sólo les sirve para dolerse del asco que les da verlos en libertad antes de
haber, casi, cumplimentado el atestado.
En conclusión: Entre todos le
mataron y entre todos se murió.
T.S.G.
30.11.2014.
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