“Cesar, recuerda que eres mortal” repetía
el lacayo que marchaba detrás del emperador.
Ese era su cometido, para ello vivía, y en
ello moría. Cuantos seres de este mundo se creen inmortales, piensan todos
ellos que son el centro del universo, se sienten por encima del bien y del mal
y capaces de otorgar o relegar favores y prebendas.
En la mayoría de las ocasiones se comienza
por no saber discernir entre adular o alagar, y en tanto nos dicen lo que
queremos oír, consiguen hacernos pasar de héroes a villanos o viceversa.
“Vallamos por partes” que diría Jack “El destripador”: Las
personas no mienten continuamente, simplemente ejercen de políticos, banqueros
y otras raleas, o sea, entienden que la palabra dada, o las promesas que emergen
de sus bocas están para no ser cumplidas. No es que mientan, no, es que decir
la verdad les genera un acto de contrición al que no sienten vinculados, es tal
el grado de incumplimiento, que una verdad daña una imagen. Naturalmente habría
que valorar que imagen.
Esta es la sociedad en que sobrevivimos,
una sociedad plagada de intereses, repleta de vanidades, y colmada de seres que
de la adulación han forjado su modo de existir y figurar, de formar parte
activa de una élite decadente y al día de hoy previsible en su vanidad.
T.S.G.
22.6.2014.
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