Son los ultras un
mal endémico que cada vez se arraigan más en los ámbitos relacionados con las
competiciones deportivas. A medida que los enfrentamientos bélicos disminuyen,
los grupos radicales se asoman al deporte con más frecuencia de la que fuera
deseable, denigrando con su comportamiento violento, necio, falto de escrúpulos,
e influidos por una sociedad que día a día valora más el poder de la fuerza que
la razón, se parapeten tras las insignias y banderas de índole fascista, para
desde allí, imponer sus ideologías a otros ineptos que fingiéndose superiores e
inmortales acatan sin dilación su denigración como seres humanos.
Si se detuviesen
a pensar en que el tiempo les volverá débiles y enfermizos, necesitados de todo
aquello que pretenden destruir, que presumen odiar, quizá dieran sus primeros
pasos hacia el respeto y la concordia.
Deberíamos
detenernos también en valorar la culpa que por intereses y miedos, permiten a
estos grupos asentarse en los estadios y mangonear en los clubes. Cuando
pretenden los dirigentes de las sociedades deportivas, poner veto a estos
desmanes, les resulta engorroso y no falto de dificultades, porque la ley hace
costumbre, y porque erradicar un mal de esta índole no es cosa baladí.
Perecen en su
intento los dirigentes tantas veces, que realmente se creen, estos grupos,
poderosos e irreemplazables, y no es así, la masa social y los auténticos
seguidores ocupan el espacio dejado por los indignos, y comienza de nuevo un
tiempo de comunión entre todos los estamentos. No permitáis más violencia en
las gradas y volved a disfrutar de las contiendas deportivas con las
generaciones que os preceden, donde exista la rivalidad y naufraguen las
ideologías radicales y sus banderas.
T.S.G. (aes sin hache)
23.1.2013.
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