Paseaba una
mañana de otoño por las cercanías de la Puerta del Sol de Madrid, sentí la
calidez de los últimos rayos de sol, de un verano tardío, en mi cara, y el
instinto de la placidez dirigió mi mano a esta en un gesto interrumpido por una
barba creciente que, presumo, se asentó distraídamente en los días anteriores,
quizá más por vaguería que por olvido.
Instintivamente
me dirigí a una barbería que recordé había en una calle cercana; no soy persona
que utilice con frecuencia estos servicios, no más de media docena de veces a
lo largo de mi existencia habrá sido rasurada mi barba en despacho de barbero.
Allí estaba, efectivamente, y sin dudar penetré en el local donde amén del
barbero había un par de clientes enfrascados en una conversación en tono medio
de la que también participaba el “·maestro” y su cliente de sillón. Saludé, y pedí la vez, no tuve que esperar
mucho, en veinte minutos despachó un par de cortes de pelo de raya ancha, y un
arreglo de barba.
Llegado mi turno
me indicó el lugar donde debía de instalarme y procedió al afeitado sin detener
su verborrea, transcurría este como el chiste con que nos deleitara el gran
humorista Eugenio sobre aquél cliente que era afeitado por un aprendiz, corte
va, y corte viene, tan sólo con una variante, como este que me afeitaba no
tenía aprendiz, el era todo, me salvé del lanzamiento de cepillo, de la
bofetada, de las tijeras clavadas en el brazo, pero casi no me salvo de perder
la oreja, eso me evitó tener que decir “písala, que no la vea el jefe que si no
me mata”, por lo demás todo se desarrollaba de idéntica manera, corte va, y
corte viene.
Ingenuo de mí,
mantenía una conversación medianamente amena salpicada a intervalos con las
interrupciones de los próximos conejillos de indias que dignamente aportarían
su granito de arena al sustento del individuo. Me contó que el procedía de otro
país donde de joven esquilaba ovejas, eso ya me hizo sospechar que algo no
marchaba bien, pero confié en su pericia. También dijo que el oficio lo
aprendió en los zocos dando servicios en la calle, y que aquí, en España trabajó
unos años en una residencia de ancianos que cerraron y esa fue la causa de abriera la barbería que
regentaba.
Al término del
afeitado, y antes de mirarme en el espejo en él que ya presumía lo que me iba a
encontrar, desparrame la mirada por el local que parecía haber enmudecido. Un
clérigo de vieja usanza, que vestía sotana raída y chambergo, se encontraba sentado en una silla a menos de dos metros de mí, leí en sus ojos la afición por la que profesaba que le animaba a impartirme la extremaunción ¡Como me vería! Dirigí instintivamente la mirada hacia el espejo y…¡Dios! La
tienda de los horrores era una comedia comparada con la sangre que corría
despendolada, ya no por mi cara, y sí por las losetas del local; eran éstas las sustitutas
de mis arterias, esas por donde circulaban ríos desbordados de plasma. ¿Dónde
estaban los gatos que habían causado en mi rostro tal desaguisado? ¿Dónde estaban
esos cientos de felinos que no vi? Media hora larga se entretuvo el advenedizo
en restaurar tan varonil rostro, y así y todo salí de la barbería con tantos
papelillos pegados en la faz que bien podía decirse que venía de una fiesta y que
los papelillos de la jeta eran alegres confetis, en ese momento comprendí
porque cerraron la residencia de ancianos donde había ejercido con anterioridad el matarife ¡Los mató a todos! Murieron desangrados, debieron contar las crónicas, en extrañas circunstancias; mientras él aprendiz-barbero me cobraba aún
mascullaba:
.- Esto no me había sucedido jamás; es que usted tiene una cara muy difícil.
.- ¡Difícil! – Replique a la insidia en castizo sobrao –. ¡Difícil! Si no hay dios que me reconozca, me has dejao hecho un eccehomo, llegué de punta en blanco, como un pincel, y marcho más señalao que la Plaza la Cibeles. Querrás propi…¡Digo! Pos ya pues ir sacándola de la hucha con el filo la navaja… que lo que es a mí. ¡Pasmao!
.- Esto no me había sucedido jamás; es que usted tiene una cara muy difícil.
.- ¡Difícil! – Replique a la insidia en castizo sobrao –. ¡Difícil! Si no hay dios que me reconozca, me has dejao hecho un eccehomo, llegué de punta en blanco, como un pincel, y marcho más señalao que la Plaza la Cibeles. Querrás propi…¡Digo! Pos ya pues ir sacándola de la hucha con el filo la navaja… que lo que es a mí. ¡Pasmao!
T.S.G. (aes sin hache)
tmsg1953@gmail.com
30.1.2013.