A falta de escasos meses para
la inauguración de las trigésimoprimeras olimpiadas de la era moderna (vigesimoctavas
teniendo en cuenta que no se celebraron
como consecuencia de los conflictos bélicos que ocasionaron la I y II Guerra
Mundial) en la ciudad de Río de Janeiro, los retrasos en la conclusión de los
distintos pabellones y el Estadio Olímpico son considerables.
La Villa Olímpica carece de lo más básico,
y la infraestructura organizativa que rodea el evento deportivo es casi, aún,
un embrión de las maquetas presentadas a tal fin. El retraso acumulado en el
acondicionamiento de hoteles, en la puesta en marcha de aquellos de nuevo cuño,
obras de adaptación de la ciudad, transporte y vías de comunicación, son
algunas de las múltiples carencias con que cuenta el proyecto, y
el alto grado de delincuencia,
a todos los niveles, no ayuda en absoluto al avance y término de las mismas.
Brasil es uno de esos países emergentes a
los la crisis golpea con fuerza inusitada; la corrupción gubernamental fue, y
es, causa del desastre económico y freno del crecimiento previsible.
La llegada de cientos de miles de personas
se contempla desde un prisma que aleja la realidad de lo cierto. Mandatarios de
estados, representantes de multinacionales, empresarios, enviados especiales de
los distintos medios de comunicación, aficionados, turistas, y la base
primordial del evento, los protagonistas, deportistas, entrenadores, equipos
médicos y recuperadores, etc., esperan el momento, en tanto entrenan con el fin
de lograr sus mejores marcas, contando, sin dudar, con que las instalaciones
estén al 100% de su rendimiento, más me temo, que si llega su culminación en
tiempo y forma, estarán inmaculadas, es decir, sin rodar, sin haber probado en
competición con el propósito de solucionar, solventar con éxito las carencias y
defectos que irremisiblemente aparecen.
Ahora es cuando hecho a faltar que no
fuera la Villa de Madrid la elegida en su momento. Lastima que un infausto día
un príncipe monegasco, heredero por entonces del Principado, de nombre Alberto,
se relamiera en la mísera porquería que brotó de su boca enjuiciando que Madrid
no era una ciudad apropiada para la organización de los Juegos. Expuso en su
parlamento en la adjudicación, que España no era un país seguro, y se apoyó en
el atentado terrorista que en esos días tuvo lugar en la T4 del Aeropuerto de
Barajas, causando dos muertos, y revindicado por la banda terrorista ETA, –
maldigo aquellos asesinos y sus fieles cachorros, esos que pululan al amparo de
la ley, por nuestras calles, nuestro barrios, nuestras ciudades, por España
entera, campando casi a sus anchas, con el beneplácito de una minoría de la
sociedad y el hartazgo de las gentes de bien,
– y aseguró que eso no pasaría si se eligiera la Villa de Londres,
desgraciadamente para el Reino Unido, los londinenses padecieron de esta plaga,
un atentado de más enjundia que el acaecido en Madrid y causado en esa ocasión por
grupos radicales islamitas.
Me apena no poder disfrutar de este
acontecimiento deportivo en primera persona, y no sentir la realidad de la
emoción sentida en el estadio, en los palacios donde la habilidad, la fuerza,
la astucia, la destreza, la velocidad, la energía, la templanza, el esfuerzo,
la concentración, el salto, el lanzamiento, etc., contagia el animo y la
exaltación del espíritu.
T.S.G.
tmsg1953@gmail.com
18.1.2016.
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