lunes, 18 de enero de 2016

Olimpiadas de Río de Janeiro 2016.


   A falta de escasos meses para la inauguración de las trigésimoprimeras olimpiadas de la era moderna (vigesimoctavas teniendo en cuenta  que no se celebraron como consecuencia de los conflictos bélicos que ocasionaron la I y II Guerra Mundial) en la ciudad de Río de Janeiro, los retrasos en la conclusión de los distintos pabellones y el Estadio Olímpico son considerables.
     La Villa Olímpica carece de lo más básico, y la infraestructura organizativa que rodea el evento deportivo es casi, aún, un embrión de las maquetas presentadas a tal fin. El retraso acumulado en el acondicionamiento de hoteles, en la puesta en marcha de aquellos de nuevo cuño, obras de adaptación de la ciudad, transporte y vías de comunicación, son algunas de las múltiples carencias con que cuenta el proyecto, y
el alto grado de delincuencia, a todos los niveles, no ayuda en absoluto al avance y término de las mismas.
     Brasil es uno de esos países emergentes a los la crisis golpea con fuerza inusitada; la corrupción gubernamental fue, y es, causa del desastre económico y freno del crecimiento previsible.
     La llegada de cientos de miles de personas se contempla desde un prisma que aleja la realidad de lo cierto. Mandatarios de estados, representantes de multinacionales, empresarios, enviados especiales de los distintos medios de comunicación, aficionados, turistas, y la base primordial del evento, los protagonistas, deportistas, entrenadores, equipos médicos y recuperadores, etc., esperan el momento, en tanto entrenan con el fin de lograr sus mejores marcas, contando, sin dudar, con que las instalaciones estén al 100% de su rendimiento, más me temo, que si llega su culminación en tiempo y forma, estarán inmaculadas, es decir, sin rodar, sin haber probado en competición con el propósito de solucionar, solventar con éxito las carencias y defectos que irremisiblemente aparecen.
     Ahora es cuando hecho a faltar que no fuera la Villa de Madrid la elegida en su momento. Lastima que un infausto día un príncipe monegasco, heredero por entonces del Principado, de nombre Alberto, se relamiera en la mísera porquería que brotó de su boca enjuiciando que Madrid no era una ciudad apropiada para la organización de los Juegos. Expuso en su parlamento en la adjudicación, que España no era un país seguro, y se apoyó en el atentado terrorista que en esos días tuvo lugar en la T4 del Aeropuerto de Barajas, causando dos muertos, y revindicado por la banda terrorista ETA, – maldigo aquellos asesinos y sus fieles cachorros, esos que pululan al amparo de la ley, por nuestras calles, nuestro barrios, nuestras ciudades, por España entera, campando casi a sus anchas, con el beneplácito de una minoría de la sociedad y el hartazgo de las gentes de bien,  – y aseguró que eso no pasaría si se eligiera la Villa de Londres, desgraciadamente para el Reino Unido, los londinenses padecieron de esta plaga, un atentado de más enjundia que el acaecido en Madrid y causado en esa ocasión por grupos radicales islamitas.
     Me apena no poder disfrutar de este acontecimiento deportivo en primera persona, y no sentir la realidad de la emoción sentida en el estadio, en los palacios donde la habilidad, la fuerza, la astucia, la destreza, la velocidad, la energía, la templanza, el esfuerzo, la concentración, el salto, el lanzamiento, etc., contagia el animo y la exaltación del espíritu.

                                                               T.S.G.
tmsg1953@gmail.com
18.1.2016.

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