Sé que a la
extinta URSS no se les podía pedir que fueran más allá de lo que fueron, o
sea, a ningún lugar donde la democracia fuere, y fuese más importante que su
“igualdad de derechos y hambre dictatorial”.
No se esperaba nada de la Unión Soviética porque no ofrecía más que amenazas armamentísticas y un polémico Pacto de Varsovia como respuesta a la creación de la OTAN, un pacto que sólo sirvió para que la extinta se apoderara de los países del este de Europa, hambrientos de libertad, hambrientos de pan, y masacrados en todos sus valores por una guerra fría que más bien les importaba un “carajo”, y que fue a más, a medida que avanzaban los años y no se vislumbraba el tan deseado, y tantas veces prometido y aireado, bienestar bolchevique.
En esos años
convulsos, una nación poderosa en extensión y habitantes, bajo la mano dura del
fanatismo, creó una estructura de estado basada en el terror y en una igualdad
de pobreza de la que apenas se salvaban uno de cada mil; comisarios políticos,
delegados del Politburó, cargos afectos al régimen, militares de graduación
media alta y cuerpo diplomático.
Se apoderaron de la poca riqueza que les quedaba a unos países devastados y desgastados, tras largos y penosos años de guerra, de
la siderometarurgía y la minería polaca, del trigo y la riqueza maderera
rumana, el petróleo checheno, el carbón y el acero estonio, cereales y madera
era la aportación de los lituanos, cobre, zinc, carbón, y bismuto; la metalurgia
(acero y arrabio) eran, básicamente, junto con la agricultura (cereales y
hortalizas), lo que la URSS se llevaba del país búlgaro, la energía
hidroeléctrica, los cítricos, la viticultura, y el té de los georgianos, la
producción agrícola y el tabaco de los azerbaiyanos, etc., etc..
Podría hacer una crónica cuasi perfecta de todos
y cada uno de los productos, sean de la clase que fuere, que la extinta Unión
Soviética robaba de los países satélites, pero tampoco ese es el tema
acaparador de este artículo.
La cuestión es mostrar y demostrar, de una
manera sencilla, lo que representó para los países que subsistían detrás del
telón de acero y las quince republicas federales, el desagravio y el
incumplimiento, de las promesas y acuerdos firmados por los países pertenecientes
a la órbita comunista del pueblo ruso. Palabras que envolvían caramelos que, en
lugar de endulzar, envenenaron generaciones de personas que llegaron al
pretendido sueño de la igualdad y el trabajo, para todos, desesperados de
siglos de dictaduras zaristas, y se toparon con la realidad de la dictadura
impuesta al proletariado por aquellos
que les arengaban a la libertad.
En los años de la
dictadura bolchevique, y sobre todo aquellos que transcurrieron bajo el mandato
de José Stalin, se sabe que los presos en disonancia con el estado alcanzaron
una media de más de dos millones de seres, ellos fueron la mayoría casi absoluta
de los gulags.
Recomiendo la
lectura de los libros “Un mundo aparte” de Gustaw Herling – Grudzinski (1919-2000)
editado en 1951, y “Archipiélago gulag” de Alexander Solzhenitsin (1918 – 2008)
editado en 1973.
En estos días, saltándonos los penosos y trágicos
siglos que arrastra la historia de Rusia, las tertulias relacionas con esta
giran alrededor de la nueva dictadura en Rusia. Putin maneja los hilos de la
nación con más mano izquierda que sus predecesores, pero con idénticos fines,
el gobierno personalista de un país de autócratas donde no necesita del título de Zar para
ejercer.
A este sistema los gobernantes rusos le llaman
democracia, y a los auténticos demócratas, traidores y desestabilizadores del
estado. Me quedo cojo en mis pretensiones, muy cojo, pero como un primer paso
hacia el entendimiento de la Rusia de hoy es válido. Cientos de miles de
páginas no serian suficientes para explicar cada recoveco de la historia y sus
porqués del siglo veinte.
“Cuantas alegrías
y futuras esperanzas me conceden los caminos que se vislumbran en el horizonte”.
T.S.G. (aes sin hache)
19.6.2013.
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