Si a
un niño hay que darle una bofetada, dos, o cien durante el aprendizaje se le dan.
Harto estoy de la idiotez supina.
Contaré una anécdota como ejemplo de mi decir:
Meses antes de cumplir los tres años "la suerte me deparó" una poliomielitis con la que aún hoy convivo en un grado superior al 95%. En aquellos años, en las escuelas, por razones que no vienen al caso, no aceptaban a niños que no se pudieren desplazar de manera "normal", por ello yo estudiaba en casa, era mi padre el encargado de mi enseñanza, de tomarme la lección diaria y ponerme las tareas.
Un día, en casa, me pasé toda la mañana jugando y no hice nada de aquello que se me había mandado estudiar, los Iberos; cuando regresó mi padre a la hora de la comida, -tenía jornada partida- me preguntó y mi madre no tuvo que hablarle de mis andanzas matinales con los juegos, era obvio.
Bofetada sonora y merecida; más cuando regresó en la noche demostré que me sabía lo básico de los Iberos, Celtas, Celtíberos, Griegos, Cartagineses, Romanos, Godos y Visigodos y llegué hasta la dominación Árabe. Todo aquél estudio no ocupaban más de una docena de páginas del libro, un compendio de varias materias que era lo que en aquellos días ocupaba todo un curso.
A mí me dolió aquella bofetada, pero aprendí, supe en ese momento cual era mi deber, mi aportación al esfuerzo que por mí se hacía. Espero que comprendáis, y si no me da igual, pues seguro estoy que a él le dolió tanto o más.
Hubo más bofetadas a lo largo de la vida, y no tengo reproche por ninguna, todas tuvieron su porque entonces para ellos, mis padres, y durante toda mi existencia hasta el día de hoy las tienen para mí.
Harto estoy de la idiotez supina.
Contaré una anécdota como ejemplo de mi decir:
Meses antes de cumplir los tres años "la suerte me deparó" una poliomielitis con la que aún hoy convivo en un grado superior al 95%. En aquellos años, en las escuelas, por razones que no vienen al caso, no aceptaban a niños que no se pudieren desplazar de manera "normal", por ello yo estudiaba en casa, era mi padre el encargado de mi enseñanza, de tomarme la lección diaria y ponerme las tareas.
Un día, en casa, me pasé toda la mañana jugando y no hice nada de aquello que se me había mandado estudiar, los Iberos; cuando regresó mi padre a la hora de la comida, -tenía jornada partida- me preguntó y mi madre no tuvo que hablarle de mis andanzas matinales con los juegos, era obvio.
Bofetada sonora y merecida; más cuando regresó en la noche demostré que me sabía lo básico de los Iberos, Celtas, Celtíberos, Griegos, Cartagineses, Romanos, Godos y Visigodos y llegué hasta la dominación Árabe. Todo aquél estudio no ocupaban más de una docena de páginas del libro, un compendio de varias materias que era lo que en aquellos días ocupaba todo un curso.
A mí me dolió aquella bofetada, pero aprendí, supe en ese momento cual era mi deber, mi aportación al esfuerzo que por mí se hacía. Espero que comprendáis, y si no me da igual, pues seguro estoy que a él le dolió tanto o más.
Hubo más bofetadas a lo largo de la vida, y no tengo reproche por ninguna, todas tuvieron su porque entonces para ellos, mis padres, y durante toda mi existencia hasta el día de hoy las tienen para mí.
Tomás Serrano González.
10.4.2016.
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