EL TONTO DEL PUEBLO.
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Se cuenta que en un localidad de interior, un grupo de personas se divertían con el tonto del pueblo, un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y limosnas. Diariamente algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 400 reales y otra de menor tamaño, pero de 2000 reales. Él siempre cogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y este le respondió: Lo sé, no soy tan tonto, vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguecito acaba y no voy a ganar más mi moneda.
"El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente”.
Es esta una de esas historia que recuerdo contaba mi abuela en las noches de aquellos veranos de finales de los cincuenta y principio de los sesenta.
Sentados en un poyo de piedra unos, y en sillas bajas de mimbres entrelazados y taburetes de madera los más, escuchábamos aquellas historias entre el correr de la bota de un vino poco refinado, y un porrón de cristal que los labriegos se empeñaban que pasara de mano en mano.
Eran esos los instantes de reposo de unos hombre de piel curtida y ajada, de manos endurecidas, y de unas mujeres nacidas con el don de la sabia de la tierra que hacían piña en las puertas de las casas, en aquellos veranos, compartí con ellos la bendición de un viento tenue, fresco, que bajaba de la sierra apaciguando los calores diurnos que daban por finiquitada la jornada.
Son recuerdos de la niñez de un madrileño en los días del estío en El Barraco, en un pueblo abulense, donde habitaba la experiencia acumulada en el esfuerzo de los años y la sabiduría de la vida.
T.S.G.
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26.2.2015.