Relatar la situación actual, de y en la
sanidad española de hoy, es sumamente complicado. Los obstáculos se multiplican
por doquier, las carencias económicas no ayudan a que se vislumbre en plazo
alguno de las facetas, próximas ni medias, una recuperación angustiosa ya, más
que necesaria, con la que afrontar el déficit instalado en la base de esta que
amenaza con carcomer los pocos peldaños sanos de esta pirámide podrida por el
mal uso de los caudales públicos por los “gañanes” públicos.
Las carencias son de tal grado, que
incluso en las salas de urgencias de los grandes hospitales se mendigan los más
básicos artículos de cura, sueros, calmantes, medicamentos y utensilios de uso
común.
Es cierto que tenemos y disfrutamos –
aunque no es su totalidad – de unas generaciones en enfermería, ayudantes de
enfermería, y personal de apoyo, de lo más profesional y cercana al paciente.
Esta es hoy en día el sustento y la
principal arma con que consta la sanidad pública para protegernos de los
desmanes políticos y hacer sentir al pueblo que sin la necesidad ni obligación
de asociarse a un juramento hipocrático nos mantiene alejado de los hipócritas,
y nos demuestran con su actitud, cada día, que tocar un enfermo, alentar a éste,
hacerle sentir capaz de regenerarse en sus males y maltrechos cuerpos y mentes,
no es únicamente patrimonio de una foto, de un instante, y que más valdría que abandonaran
sus portes de estancia por encima del bien y del mal, y bajen a un suelo donde
la muerte es parte de la vida que sonríe y llora, y donde una bata blanca deja
de ser impoluta para fajarse en el cuerpo a cuerpo con la podredumbre de la
carne.
Almas de la mañana y del crepúsculo,
seres que generalmente aguardan sus penas y sus yoes en ese mínimo equipaje con
que se presentan ante la muerte día tras día para arrancar un instante de paz a
la persistente parca.
T.S.G.
1.10.2016.